martes, 14 de enero de 2014

IDIOMAS Y CULTURA



Déjeme que rompa una lanza en defensa de los idiomas.
Idioma y cultura van de la mano. 
Para mejorar nuestra lengua debemos ampliar nuestra cultura… cultura-cultura y no cuatro muletillas de político con cuatro ideas que sirven para andar por casa de zapatillas o para decir bobadas en la taberna tomándose unos tintorros. 
Hablo de la cultura que nos permitirá hablar con pulcra corrección, que nos haga sentir dueños de nosotros mismos y que nos abra puertas para llegar a la posición que deseamos en la vida. Y, claro, no hablo de esa cultura de lata que se encuentra en libros donde explican: “No diga asín; diga así.” “No diga almóndiga, diga albóndiga.”  “No diga cocreta”, “diga croqueta”. “No diga “te se ha caído”, diga “se te ha caído.” 
Hablo de leer, de ampliar nuestros conocimientos de todo tipo constantemente: de geografía, de historia, de física nuclear… de lo que sea, porque a mayor cultura, mayor vocabulario siempre y más y mejor comprenderemos nuestro entorno y el mundo en que vivimos. Y quizá nos lleguemos a conocer a nosotros mismos y a comprendernos.
La persona culta le saca más provecho a la vida. Los incultos viven como en una semipenumbra, una especie de ofuscación alelante que permite que los demás les impongan sus criterios y no les dejen ni siquiera pensar. Así se explica que muchos tontos que han ido a una universidad imponen sus criterios de risa a otros que, aun siendo más inteligentes, no tienen la cultura suficiente para darse cuenta de que les están dando gato por liebre.
Así, creo, debemos pertrecharnos de toda clase de armas para lidiar con la vida y con nuestro futuro, y con nuestro entorno. Los idiomas no sólo nos dan más posibilidades laborales, sino que, además, nos abren una ventana a otras formas de cultura, de ver la sociedad de forma diferente, de comprobar cómo interpretan la historia otros, cómo nos ven en diferentes países, cómo se han expresado los grandes poetas y literatos de otras lenguas… en fin, nos permiten entrar en otro mundo ajeno al nuestro, que nos puede enriquecer y  contrastar las opiniones y conceptos que tenemos sobre diferentes temas. Eso es también cultura. Viajar, por ejemplo, no tiene sentido si sólo vamos a ver monumentos y patearnos calles. Viajar es entrar dentro del país que visitamos, de su cultura y sus modos de ver la realidad, de su lengua, de su idiosincrasia

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