lunes, 16 de diciembre de 2013

PROFESIONALES Y DILETANTES DEL ESTUDIO

Hay quien chapurrea un idioma y hay quien lo domina. Son planteamientos diferentes. También hay personas que hacen las cosas a medias, los que se conforman con unos conocimientos someros de una materia, para salir del paso, mientras otros escarban y ahondan hasta dominar el tema bien. El camino (el Tao, que diría Confucio) del aprendizaje de los idiomas es largo y tortuoso y comienza con un paso. El resto viene rodado: una cosa nos lleva a otra. Aprender un idioma es como sacar agua del mar con un cesto o hacer de Sísifo, laborar y empeñarse en conseguir un imposible. Pero hay que esforzarse para hacer las cosas bien, e intentarlo porque sabemos que el futuro está en manos de aquellos que, al convertirse en eternos y recalcitrantes estudiantes de la lengua, pueden siempre expresarse mejor, comunicar mejor, convencer mejor y comprender mejor que los demás. Las cosas no vienen dadas. Y esto se aplica al estudiante, al político, al humanista, al vendedor, al filósofo, al biólogo, al escritor, al médico. No se escapa nadie. Y tampoco se escapa ningún idioma. Saber una sola lengua, mejor o peor, está al alcance de cualquiera; manejar dos es precisamente lo que tiene valor y amplía nuestros horizontes culturales. En cualquier caso es importante que esa herramienta esté siempre muy preparada y afinada y que la dominemos con cierta maestría y sepamos cómo funciona, que tengamos una buena base. Esto marca la diferencia entre un profesional y un diletante.

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