Aprender un idioma es como sacar agua del mar con un cesto, o hacer de Sísifo (Sysiphus), que por su maldad fue castigado a acarrear una roca hasta la cima de una montaña, que rodaba hasta la falda, y tenía que comenzar de nuevo, toda una eternidad. O sea: laborar y empeñarse en conseguir un imposible. Es el cuento de nunca acabar.
Pero hay que hacer el esfuerzo y debemos intentarlo porque sabemos que el futuro está en manos de aquellos que, al convertirse en eternos y recalcitrantes estudiantes de la lengua, pueden expresarse mejor, comunicar mejor, convencer mejor y comprender mejor que los demás, siempre.
Las cosas no vienen dadas. Y esto se aplica al político, al humanista, al vendedor, al filósofo, al biólogo, al amante, al médico. No se escapa nadie. Y tampoco se escapa ningún idioma.