El idioma inglés se ha convertido en la voz internacional de la ciencia, la economía, la política, la comunicación y, más importante, la voz indiscutible de Internet.
La lengua inglesa es flexible y posee un gran y versátil poder de renovación en constante fluir, especialmente en su léxico, en su fraseología, y para la cual nada parece ser extraño. Tenemos, pues, constantes cambios, adiciones, innovaciones, diferencias. Pero el entramado básico de la lengua inglesa, lo que podemos llamar su gramática, los cimientos en los que se apoya, es común en todos los países donde se habla. Hay diferencias, sí, pero las reglas básicas son las mismas. Y esas reglas básicas constituyen lo que nos permite entender a un irlandés, a un escocés, a un canadiense o a un norteamericano sin grandes problemas, especialmente si el hablante tiene una cultura, más o menos lograda, y si renuncia a localismos y variantes. Linguísticamente el inglés tiene como divisa e pluribus unum. Ahí yace, por el momento, su fuerza y, quizá, su vulnerabilidad a la larga.
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