Manejar dos lenguas
es maravilloso, y todos lo sabemos, pero también plantea problemas para el
bilingüe. Por mucho que nos esforcemos, es complicado evitar que uno de los
idiomas no interfiera en el otro. A fuerza de tesón y disciplina aprenderemos a
colocar cada cual en su lugar. Para llegar a esa meta deberemos dejar las
cosas, los idiomas, en su sitio, evitando traducir del uno al otro,
especialmente al escribir.
Lograremos que
convivan amistosamente, sin interferirse; y una manera de conseguirlo es no traducir nunca. Cuando dos idiomas
se cruzan constantemente, y saben que siempre hay uno que va a venir en ayuda
del otro, el posible bilingüismo se complica y se retrasa.
Tanto al hablar como
al escribir, emplearemos uno de los dos idiomas como si fuésemos monolingües,
como si sólo supiésemos la lengua que estamos empleando en ese momento.
Creo que el cerebro puede engañarse a sí mismo y fingir que sólo habla un idioma cuando en realidad habla dos.
(De mi próximo libro que editará Anaya.)
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