Como antaño la gente no tenía libros de autoayuda, echaban mano de los refranes y dichos, que andaban de boca en boca. Por ejemplo: como la pobreza y el amor son incompatibles, el idioma creó el refrán cuando la pobreza entra en una casa por la puerta, el amor sale por la ventana, que advertía, repito, de la poca compatibilidad del amor y la pobreza.
También advirtieron que los regalos, los sobornos, lo consiguen todo, y lo expresaban diciendo dádivas quebrantan peñas. Y si no que se lo pregunten a los políticos.
La gente advirtió también que se conoce a los semejantes por sus actos, por su manera de aparecer y actuar ante los demás, y así decían que a los cojos se les conoce por su manera de andar, que parece una perogrullada pero que es muy cierto.
A los demás hay que quererlos, inclusive con sus defectos y no sólo parcialmente, y por eso decían aquello de que quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can. Esto nos recuerda que cuando nos enamoramos de uno, tenemos que querer a la familiota también.
Como el sexo era pecado, decían que más vale casarse que abrasarse, a pesar de que el matrimonio no tenía buena prensa, pero que sin él las calderas de Pedro Botero estaban aseguradas.
Los hay que son remilgosos y ponen reparos a lo que se les da, los muy ingratos, y por eso se decía que a quien dan no escoge. Hay que aceptar sin poner reparos... y dar las gracias.
Todos nos creemos imprescindibles y por eso tenemos el refrán de personas imprescindibles están llenos los cementerios, y nadie les echa de menos, sólo en noviembre.
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